El dolor es la liberación de una mente atada a la realidad. Sólo a través del dolor podemos encontrar el camino a la nada, al punto cero. A olvidar todo lo que nos ata. Y volver a empezar.

jueves, 28 de enero de 2016

Haberse dejado caer

Que un día le dio por mirar arriba y ver las nubes. Y vio que corrían, libres, de Este a Oeste, mecidas suavemente por un viento a punto de lanzar su cuerpo más allá del suelo y ponerlo a volar.
Que un día le dio por ver las nubes y notar cómo su lluvia caía contra su cara, y le dio por dejar que las frías gotas golpearan su piel como millones de agujas tiradas desde lo más alto.
Y cuando lo hizo pensó en lo divertido que sería poder saltar de mundo a mundo, de monte a monte, y ver la mar, y ver a las gaviotas de tú a tú.
Lo hubiera hecho, sin dudar. Quizá le hubieran crecido alas, quizá se hubiera podido lanzar a la nada y quedarse allí, flotando. Ni en el suelo ni en el cielo. Ni hombre ni ángel, dejándolo todo pasar y a todos mirar.
Y si lo hubiera hecho, ¿quién le dice que no habría sido feliz? Fuese por su victoria o su fracaso, ¿quién asegura que no hubiera preferido estar allí?
Pero no lo hizo, como tantas otras veces, y salió de su ensoñación al borde del barranco. Miró ahora hacia abajo, a donde las olas rompían con furia. Y sintió aún más el viento, a punto de tirarlo. No de lanzarlo por los aires. No de levantarlo y ponerlo a volar. Lo sintió a punto de llevarse su corazón y de dejar una carcasa vacía que llevara sus zapatos. Un cuerpo podrido y perdido en un mar de hierbas y árboles. En un desierto de asfalto y paredes.
Si hubiese echado a volar. Si se hubiese dejado caer... si lo hubiera hecho, quizás ahora sería feliz. Pero es demasiado tarde y en adelante le toca vivir.

jueves, 21 de enero de 2016

Fracaso

Fracaso era una palabra poco común en su vocabulario. Prefería decir "error de cálculo", o "ya lo arreglaré". Sin embargo, aquel día, en aquella cafetería, se dio cuenta de que lo que realmente era todo aquello era un fracaso.
Creyéndose más inteligente, más hábil de lo que realmente era, metió la pata una y otra vez. Y allí estaba, perdido, sin saber si podría enfrentarse al futuro. Sin saber si podría seguir con ello. Jugueteó entre sus dedos con la idea de al fin saltar al vacío, como tantas veces había pensado asomado al filo del barranco, o al filo de un cuchillo.
Pensó que esta vez podría mirar a una mar embravecida, metros y metros bajo sus pies, golpeando las rocas con furia. Mirarla por última vez antes de dar un paso y dejarse caer, sin pensar, sin gritar, sin respirar... y abrazar con cariño al violento golpe del agua y las mareas. Abrazarlo y dejar que lo empujara una y otra vez contra las rocas.
Y ser, claro, feliz y libre al fin. Librarse de todo y todos. De cada sentimiento que corroía sus entrañas, de cada error que punzaba su memoria. De cada golpe que la vida le había dado hasta derruir su alma y dejarlo tumbado en el suelo.
No lo hizo, claro. Y a veces, y solamente a veces, la cobardía es buena en realidad. Es algo que nos salva la vida y nos aleja del filo.

jueves, 14 de enero de 2016

De la calle gris a la mente colorida, ida y vuelta

Se cruzó con ella en el portal. Llovía, y él acababa de volver de hacer la compra. De las gafas de ella asomaban unos preciosos ojos oscuros. Bajo su deshecha melena, él exhibía unos ojos verdes. Sonrió.
-Hola.

-Hola-fue la respuesta de la chica, con idéntica sonrisa.
Y mientras abría la puerta, un gracias y un de nada le dieron qué pensar. Hacía mucho que su mente no divagaba sin ataduras. Que sus neuronas no se distraían en pleno mundo ni le alejaban de la realidad.

-Gracias a ti, por existir-le dijo, y un sonrojo apareció en los pómulos del rostro de la joven.
-Vaya, qué directo-fue la respuesta, algo tímida y entrecortada, que a su vez sonrojó los huesudos pómulos del muchacho.
Y en la terraza de al lado, el café caliente sabía a gloria, escondidos como estaban bajo el toldo mientras la lluvia inundaba las calles. Los coches iban a su ritmo, las personas caminaban apresuradas, como siempre en la bulliciosa ciudad. Pero para ellos dos, aquel momento, en aquel lugar, era pausado y eterno. Era el infinito en una taza de café con leche.
-Tienes una mancha en los dientes-dijo ella, divertida por el desastre de hombre que se sentaba al otro lado de la mesa.
-Mucho café y mucho tabaco-respondió él, pensativo-¿Te importa que fume?
-No, claro, adelante... ¿te importa compartir?
Él lió dos cigarrillos, y le dio uno a ella. Los encendieron y fumaron ante las tazas ya vacías, mientras la terraza parecía vaciarse por momentos. La gente se iba y los dejaba a solas con su intimidad. Vivían en el mismo edificio, en la misma calle de la misma ciudad, y se habían encontrado en un país patas arriba. Parecía magia de aquella que no puedes explicar.

Pero la chica ya estaba en la calle, y de los labios del muchacho nada surgió. Observó a través de la puerta cómo se iba, pensando en su propia cobardía, en su falta de valor, mientras subía la compra por las escaleras, piso a piso, apesadumbrado y aún dejando que se desvanecieran los restos de su imaginación.
El gato le saludó, y guardó todo en la nevera. Se preparó algo de comer y se sentó. Virginia Woolf le aguardaba tirada sobre el sofá, y suspiró. 
La imaginación es a veces el refugio de la cobardía, se dijo a sí mismo.

lunes, 4 de enero de 2016

De soledad y otras cosas

Las dos de la mañana de un cuatro de enero...
De soledad y otras cosas se forman los contornos de su visión. De oscuridad, de miedos, de medias verdades. De un no poder ver más allá de la apariencia, no entender el mundo que le rodea.
Decide levantarse de la cama, con un suspiro, y caminar a la cocina. La cafetera está vacía, y se fuma un cigarrillo mientras prepara otra. Apoyado en la encimera, mirando por la ventana mientras la fatiga derrota sus hombros.
El patio de luces está tranquilo. Apenas un gato que mira desde abajo. Unas gotas de llovizna que empiezan a caer en la mañana gris. "Será un día largo", piensa, justo al tiempo que la cafetera empieza a soltar vapor. La aparta del fuego y se sirve su bebida en una taza sucia. No ha querido fregar, debería haberlo hecho.
Mientras se viste, se pregunta qué habrá sido de todas sus ilusiones y esperanzas. De todo aquello que derrotaba al miedo y a la desesperanza. Se han desvanecido, acaso sin dejar rastro alguno, en una espiral de oscuridad y desconfianza. En un pozo de amargura sazonado con cenizas de más cigarrillos de los que quisiera admitir.
Las escaleras están vacías. Eso es una suerte: no quisiera tener que saludar a nadie, tener que mirar a nadie, tener que pretender que entiende a nadie. Gracias a eso, puede bajarlas con paso cadencioso, sin prisa pero sin pausa, tambaleándose, pues su equilibrio ya no es el que era.
En la planta baja, la luz entra mortecina a través del portal. Los coches vienen y van ahí fuera y la gente camina sin prestar atención a nada. A juzgar por las horas, deben estar yendo a trabajar. Y trabajar resulta anodino. Quizás por eso las expresiones de abatimiento en sus caras. Ni una sola persona parece feliz de tener que madrugar. Debe ser algo antinatural.
Abre la puerta y mira al cielo encapotado, mientras la lluvia crece en potencia y cantidad.
"Será un día largo..."