El dolor es la liberación de una mente atada a la realidad. Sólo a través del dolor podemos encontrar el camino a la nada, al punto cero. A olvidar todo lo que nos ata. Y volver a empezar.

miércoles, 30 de octubre de 2013

La Sombra

 Corres, chapoteando sobre los charcos de lluvia que cubren el suelo del callejón. Sólo ves gatos y ratas luchando por los restos de comida que rezuman los cubos, mientras tu corazón se acelera, tus jadeos y el dolor de tus músculos se vuelven tus únicas sensaciones. Lo ocupan todo mientras el aire de la noche se hace cada vez más pesado de respirar.
El frío corta tu cara, hiela tus pulmones, mientras la Sombra se acerca. Descubres con horror cómo te pisa los talones, cómo nadie más que tú comprende el terror. Cómo estás solo por muchos vagabundos que se crucen en tu camino. No puedes evitar pensar que es culpa tuya, que la Sombra no se abalanzaría sobre ti si no hubieras infringido las reglas. Y te vienen a la cabeza los ojos de aquella pobre niña. De aquella alma infantil que segaste a golpe de pistola. De tu risa malévola y de que no te importó realmente. De que únicamente te arrepientes ahora porque peligra tu vida.
– ¿Por qué? – te dijo.
Sólo le contestaste con una sonrisa. Creías que era lo mejor para todos. Que el juicio de Dios era mejor que las pruebas de la vida, y que ella merecía morir, porque morir es una liberación. Y ahora, ante el avance implacable de la Sombra, te das cuenta de lo que realmente se siente cuando tu vida roza su fin.
– ¿Por qué? – seguía suplicando la niña, entre borbotones de sangre.
Porque tu retorcida mente nunca fue capaz de comprender el dolor ajeno. Porque no entendías el dolor ni el miedo en sus ojos, cada vez más fríos. Ni su gesto contraído, en una cara cada vez más pálida. En la que cada vez se veían menos aquellas mejillas sonrosadas. Te daba igual el sudor que chorreaba por los mechones de su pelo rubio, pegándoselos a la cara. Sólo entendías tu propia moral. Tu extraña manera de ver la muerte como la liberación de las almas. Y ahora, ante el avance implacable de la Sombra, te das cuenta de que realmente la carga por todo el mal que has hecho en tu vida no se hace sino más pesada.
– ¿Por qué? – fue su último aliento, una voz infantil desgarrada por el dolor.

– Me lo agradecerás – le prometiste. Pero ahora sabes que, cuando te la encuentres al otro lado, ella se encargará de hacerte sufrir.