El dolor es la liberación de una mente atada a la realidad. Sólo a través del dolor podemos encontrar el camino a la nada, al punto cero. A olvidar todo lo que nos ata. Y volver a empezar.

domingo, 22 de diciembre de 2013

El hombre que dormía del revés

Como cada día, se despertó, legañoso, con la cara hinchada por los vicios como la de un boxeador. Su cuerpo escuálido arrastrándose sin emoción alguna hacia el baño, dispuesto a afeitarse, ducharse y al fin vestirse para tomar el deseado café.
Empezó como cada día, con un café cargado y un cigarrillo, antes de ir al baño e ir a toda prisa a trabajar. Sin embargo, al bajar encontró las calles vacías. ¿Cómo pueden estar las calles de Madrid desiertas en plena hora punta, cuando todos van a trabajar?
Se acercó al metro y no había nadie. En la parada de bus, tampoco. La ciudad parecía muerta por primera vez en la historia. Y, volviendo a casa, aturdido, notó como un copo de nieve caía sobre su hombro. Seguido de otros muchos. Una cortina blanca que empezó a teñirlo todo de Navidad. No podía creer que se le hubiera olvidado.
Ahora, ya no como cada día, sino como cada año, corrió a casa, impaciente. Necesitaba llegar pronto. Necesitaba hacer su pequeño ritual.
Ya no como cada día, colgó el traje de mala manera, arrugado, en el perchero del portal. Se descalzó tirando los zapatos en una esquina y se volvió a meter en la cama.
Y, como cada día de Navidad, empezó a darse la vuelta, los pies contra el cabecero. La cabeza saliendo por el otro lado, y mirando al techo. Necesitaba dormir así.
Y nunca antes de las 12 levantarse.
¿Y sus razones para hacerlo? No las sabía ni él. Pero aquella sonrisa en su cara, mientras se acurrucaba del revés en la cama, lo decía todo: era el mejor momento del año para él.

sábado, 21 de diciembre de 2013

Un coche, dos trenes y un bus

Dos coches, un tren y un bus.
Todo lo que necesito para llenarme
de mimos, de tús.
De caricias y miradas,
furtivas, apasionadas.
De miles de besos.
De ese beso antes del "te quiero",
furtivo, ligero, sincero;
que hace que te estremezcas
y sonrías, pícara, juguetona.
Y me devuelvas el amor
al momento, en una intentona
de juntar nuestros cuerpos
y quitar tierra de por medio...

Un coche, dos trenes y un bus.
Todo lo que necesito
para estar donde estás tú.

Para Paula

viernes, 15 de noviembre de 2013

Una bolsa de basura

Un hombre apareció en una esquina una mañana de diciembre. Su cuerpo, ya sin vida, congelado y desnutrido, asustaba a cuantos pasaran junto a aquel cine. Las madres ahogaban un gemido y tiraban de sus niños a la voz de “no lo toques”. Hombres trajeados apretaban el paso tapando sus narices por el olor. Jóvenes lo miraban con curiosidad más que con pena. Se quejaban de que estuviera ahí tirado.
Una bolsa de basura apareció en otra calle, junto a una tienda. Las madres ahogaban un gemido y tiraban de sus niños a la voz de “no lo toques”. Hombres trajeados apretaban el paso tapando sus narices por el olor. Jóvenes lo miraban con curiosidad más que con pena. Se quejaban de que estuviera ahí tirada.
La huelga terminó. Los basureros volvieron a su vida diaria y recogieron la basura tirada en la calle. Por mucho menos dinero, eso sí. Y ya nadie se quejó de que la basura se pudriera en una esquina. Ya nadie apretó el paso ni se tapó la nariz al pasar junto a la tienda.
Tiempo después, en la televisión, un vídeo habló de la pena que daba el hombre muerto. De lo vergonzoso que era que estuviera tirado junto al cine. Otros se quejaron de la falta de respeto que era el irse a morir a un lugar público.
Y más tiempo pasó, y el invierno se convirtió en verano. El hielo que cubría al hombre desapareció, se convirtió en un charco, en vapor poco después.
Y más tiempo pasó. Y las estaciones volaron por la ventana. Y para siempre quedó junto al cine aquél cadáver. Aquél esqueleto. Aquél montón de polvo. Aquella nada.

Y, al final, sólo el recuerdo de que, un día, en alguna parte, una bolsa de basura estuvo tirada donde no debía.

miércoles, 30 de octubre de 2013

La Sombra

 Corres, chapoteando sobre los charcos de lluvia que cubren el suelo del callejón. Sólo ves gatos y ratas luchando por los restos de comida que rezuman los cubos, mientras tu corazón se acelera, tus jadeos y el dolor de tus músculos se vuelven tus únicas sensaciones. Lo ocupan todo mientras el aire de la noche se hace cada vez más pesado de respirar.
El frío corta tu cara, hiela tus pulmones, mientras la Sombra se acerca. Descubres con horror cómo te pisa los talones, cómo nadie más que tú comprende el terror. Cómo estás solo por muchos vagabundos que se crucen en tu camino. No puedes evitar pensar que es culpa tuya, que la Sombra no se abalanzaría sobre ti si no hubieras infringido las reglas. Y te vienen a la cabeza los ojos de aquella pobre niña. De aquella alma infantil que segaste a golpe de pistola. De tu risa malévola y de que no te importó realmente. De que únicamente te arrepientes ahora porque peligra tu vida.
– ¿Por qué? – te dijo.
Sólo le contestaste con una sonrisa. Creías que era lo mejor para todos. Que el juicio de Dios era mejor que las pruebas de la vida, y que ella merecía morir, porque morir es una liberación. Y ahora, ante el avance implacable de la Sombra, te das cuenta de lo que realmente se siente cuando tu vida roza su fin.
– ¿Por qué? – seguía suplicando la niña, entre borbotones de sangre.
Porque tu retorcida mente nunca fue capaz de comprender el dolor ajeno. Porque no entendías el dolor ni el miedo en sus ojos, cada vez más fríos. Ni su gesto contraído, en una cara cada vez más pálida. En la que cada vez se veían menos aquellas mejillas sonrosadas. Te daba igual el sudor que chorreaba por los mechones de su pelo rubio, pegándoselos a la cara. Sólo entendías tu propia moral. Tu extraña manera de ver la muerte como la liberación de las almas. Y ahora, ante el avance implacable de la Sombra, te das cuenta de que realmente la carga por todo el mal que has hecho en tu vida no se hace sino más pesada.
– ¿Por qué? – fue su último aliento, una voz infantil desgarrada por el dolor.

– Me lo agradecerás – le prometiste. Pero ahora sabes que, cuando te la encuentres al otro lado, ella se encargará de hacerte sufrir.

domingo, 30 de junio de 2013

Ceniciento ermitaño

Encendió un cigarrillo tumbado en su camastro. Días hacía que no se levantaba. La botella de whisky, casi vacía. La poca luz que entraba por los sucios cristales de su ventana, doblemente velada por las telarañas y el polvo del ambiente.
No quedaba más que suciedad y triste gris desde que olvidara cómo levantarse. Sin compañía, sin charlas, sin risas, sin juegos. Sólo una televisión que con palabras estridentes repetía y repartía una y otra vez los mismos clichés. Juegos de palabras que ya podía repetir de memoria, con los ojos cerrados. Banales "quiz" de los que ya sabía la respuesta de tantas veces repetida, y personajes de cartón piedra, planos como una hoja de papel en blanco, que configuraban su triste compañía.
La puerta no se abría. Los cigarrillos se consumían. Y la ceniza llenaba, lenta e inexorablemente, el fondo de su cenicero.
Y miró al vaso vacío. Había tocado fondo.

lunes, 3 de junio de 2013

No te quiero

Te quiero es una reescritura de "quiero tenerte". Y por eso yo no te quiero. Porque no quiero tenerte. No quiero considerar que me perteneces. Ni quiero, ni puedo. Tú no eres mía, ni yo soy tuyo. Nadie es de nadie y todos somos de todos.
Lo que quiero es lo que implicas. Quiero la felicidad. Quiero la imaginación, los juegos, los besos, la complicidad, las sonrisas que se esconden entre el humo de tus cigarrillos y el brillo de tu mirada, que todo lo atraviesa. Quiero tu pelo revuelto por las mañanas, y tus manos sobre mí cuando nuestros labios se rozan. Tus abrazos en la oscuridad, tus caricias y tu voz susurrando en mi oído. Nuestros mundos imaginarios y esas canciones que compartimos y nos enviamos. Nuestros juegos, puros y no tan puros. Trepar a lo alto de un árbol y sentarnos a ver el atardecer.
Quiero a ti. Y no te quiero.

sábado, 6 de abril de 2013

Quizá una brizna. Quizá una nada

Cerveza. Un cigarrillo. Cerveza. Ni siquiera puedo escribir, joder. Pero tómate en serio a ti mismo. Ni a los demás, ni lo que puedas hacer tú por los demás. Tú mismo. Sólo tú mismo. El mundo eres tú, y lo que hay a tu alrededor sólo son aditamentos. Sólo son extras de tu película. ¿Qué importan? Poco más que un árbol en el bosque o una brizna de hierba en el prado. Sólo son una puta mierda en mitad de una acera. No valen nada. Sólo vales tú. Sólo importa lo que tú puedas hacer contigo mismo.
Ahora, la pregunta es, ¿qué puedes hacer tú contigo mismo?

jueves, 4 de abril de 2013

¿Qué?

Alma de borracho. Demasiado sentimental. Será eso lo que no funciona. También el alcohol obstaculiza todo un poco, supongo.
Eh, ¿alguien tiene un pitillo? Llevo días sin fumar y las manos me tiemblan. Tampoco puedo tocar, mi guitarra Dios sabe dónde está. ¿Qué hago con estas horas muertas? ¿Trabajar sin beneficio? ¿Morir del asco? ¿Vender mi cuerpo?
Bah, será que al final todo es inútil, ¿no?
O quizás...
O quizás...
Nada, mi mente ya funciona sola. Compradle un cuerpo nuevo. Este ya no funciona.

martes, 2 de abril de 2013

Errante

"Bueno", sonrió tu padre. "A tu edad yo no bebía tanto. Quizás ese sea el problema"
"Cuando no bebo me siento más solo. Más incapaz. Y la inspiración no me llega"
El gesto del señor Cohen se puso serio de forma súbita, como si alguien (probablemente yo) hubiera apagado alguna luz en su mirada. Me miró fijamente y dijo una cosa que jamás olvidaré:
"Hay musas mucho mejores que el alcohol, muchacho. El camino de la autodestrucción puede parecer atractivo cuando no hay nada por lo que vivir, pero deberías saber que siempre lleva a callejones sin salida, y sin vuelta atrás"
Aún me arrepiento de no haber escuchado sus palabras, pero, como él dijo, no hay vuelta atrás. Quizá por conformismo, o puede que porque ya estoy viejo y cansado. A estas alturas, con pocos meses de vida por delante, poco importa ya lo que haga. Al menos, sabiendo que me estás escuchando, sé que mi viaje no caerá en el olvido.

lunes, 1 de abril de 2013

Deep River Blues

Deja que llueva. El río hace tiempo que se llevó los restos de mis cigarrillos. Y aquí estoy, con mi vieja guitarra, la que creí que jamás volvería a tocar por los recuerdos que me trajo cuando la desenfundé.
Un Deep River Blues carente de sentido. Una canción que incluso un ciego tocaría mejor. Pero me da igual. Es mi forma de hacerlo. Mis cuerdas ahogadas, mis notas desafinadas, y el humo saliendo de mi nariz.
"Pero oye, escúchame un momento: ¿desde cuándo estás aquí?"
"Hace mucho"
"Y todos esos días, ¿por qué jamás te vi?"

domingo, 10 de marzo de 2013

Una noche en el gueto

Es un susurro, apenas modulado. Los labios de la cantante besan con lujuria al micrófono, mientras su voz se cuela en los cerebros de cuantos hombres la admiran en el bar. Es un piano el que hace de fondo, un pianista deseoso de que todo termine para poderla espiar en los camerinos mientras se desnuda. Deseoso de poder ver, tras la cerradura, la voluptuosa figura de Miss Sunshine.
En la barra la observan atentos dos galanes bien vestidos. Se tratan como hermanos. Volvieron juntos de la guerra que no querían librar, pero en la que se vieron obligados a pelear con quienes no conocían. Quienes les resultaban totalmente extraños. Uno de ellos, pobre, no sabe que su "amigo del alma" es quien cada noche vigila la alcoba de su mujer para hacerla gozar. Y lo hace sin remordimiento alguno, con esa sonrisa pícara y socarrona que tanto exhibe en los bares.
Una chica sola más allá, en la esquina de la barra. Desde una esquina la miran de reojo un puñado de chacales rabiosos. Hombres sin escrúpulos. La razón por la que las damas se sienten inseguras cuando entran solas en uno de estos bares de mala muerte. La razón de que los hombres demos asco a las mujeres. En la cabeza de los chacales, no bullen más que los más bajos instintos de la humanidad. Desposeerla, desgarrar sus ropas, desgarrar su cuerpo... todo con tal de saciar una sed no ya de amor, si no de violencia. De misoginia y odio a cuanto las mujeres representan.
Y allí estoy yo, en la puerta, mientras el policía me saca a rastras. Me meten en la parte trasera del coche patrulla y arrancan a toda velocidad por la ciudad. Incapaz de moverme, me enciendo un cigarrillo mientras miro por la ventana cómo las luces pasan en la oscuridad. Como notas disonantes de la melodía del piano. Como si los dos hermanos de guerra se odiaran como deben. Como cuando los chacales acaben con esa chica en el callejón que hay tras el bar.
Me siento nostálgico, es la décima vez que me llevan al calabozo. Y todo ocurre siempre en noches como esta.
En una noche en el gueto.

jueves, 7 de febrero de 2013

El Enemigo

"El enemigo sonríe, entre apacible y severo, sentado en una poltrona acolchada. No es joven, no puede serlo. El enemigo tiene mil veranos con sus inviernos. Mil veranos en los que se ha dado a subir a la poltrona. Al trono del que, dice, no bajará."
Ante los ojos del asombrado muchacho, en la opaca negrura de una noche sin luna, se enciende una débil llama, mientras La Voz, cansada y ronca, como un susurro lleno de alcohol, sigue hablando.
"En el trono, el enemigo se siente seguro. Ajeno a lo que hay bajo sus pies. Ajeno a muerte, ajeno a dolor. Y observa su reino con ojos vidriosos, incansable, para que ningún extranjero ose entrar. Ante ellos, del desfiladero de su nariz aguileña, cuelga al borde de la muerte un par de anteojos pequeños, redondos y añejos."
Entre los susurros devotos de La Voz, el muchacho recibe la cerilla en que la llama baila, consumiéndola despacio, sin parar. Ahora, el chico ve sus propios dedos, a los que se acerca el fuego. Pero no debe soltar la llama. No debe. Así es el rito y así debe ser.
"Su cabeza brilla. El pelo del enemigo, el poco que queda, se ha vuelto blanco y ha dejado a la vista la mitad de su desnudo cráneo. Su labio superior, en cambio, que antaño era limpio, ahora es abitado por un sucio, espeso bigote. El enemigo, por noches de conciencia, tiene unas abultadas ojeras que cuelgan de sus párpados como sacos de carne muerta. Viste, haga frío o calor, ropa de lana y cuellos altos. No llora. Sus lágrimas se secaron años atrás."
El chico se quema y deja caer la cerilla, que se apaga. La noche vuelve a su oscuridad natural, y los ojos del joven se ciegan. Todo es azabache, carbón y hulla. La Voz se ha callado, y ahora sólo se oye el arrollo cercano correr, ajeno al ritual. Durante minutos, el muchacho siente que su corazón se para, y que ahora la sangre en sus venas es hielo puro. Rojo y espeso, pero hielo. Un escalofrío le recorre la espalda cuando una mano se posa sobre su hombro, y La Voz le habla al oído.
"¿Quién ha de morir?"